miércoles, 11 de enero de 2012

Contra cualquier tipo de censura

Diego Morales para la revista NADA Nº1

Bebelplatz en 1933 / Fahrenheit 451 / Actuable.es: firmas contra un libro homófobo

Estoy radicalmente a favor de la libertad de cualquier expresión y por lo tanto en contra la censura, cualquiera que sea. Mi posicionamiento va más allá del artículo 19º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos o del derecho amparado en las constituciones pseudodemocráticas. No me baso en ninguna corriente filosófica ni citaré a Monstesquieu, Voltaire o a Rousseau. Para mi es un derecho inquebrantable que va más allá de las leyes y de las ideologías, un principio que debe prevalecer sobre cualquier interés social, individual o jurídico, incluso por encima de las limitaciones del principio de daño o de delito para casos como la pornografía o del "discurso del odio".

A lo largo de la historia se han producido demasiados episodios de censura amparados en argumentos de todo tipo: la quema de libros y el asesinato de autores durante el reinado de Qin Shi Huan en el 212 a.C., la destrucción de la biblioteca de Alejandría por parte Julio César (48 a.C.), Aureliano (273) y Dioceclano (297), la famosa Hoguera de las Vanidades de Girolamo Savonarola en el siglo XV, la eliminación de los códices mayas ordenada por el sacerdote Diego de Landa en 1562, la quema de libros durante el régimen nacionalsocialista en Alemania (hoguera de Bebelplatz, 1933) o la destrucción de libros durante las dictaduras de Chile (1973) y Argentina (1976), entre otros muchos. 

La censura moderna -tanto institucional como ciudadana- utiliza métodos menos catárquicos: desde la prohibición de imprimir y difundir una obra concreta hasta boicotear su distribución en librerías. Bajo todas estas acciones, por muy dispares que parezcan entre si, está el mismo afán de acallar las opiniones o formas de expresión contrarias a las de un régimen político o una sociedad concreta. La excusa del paganismo, la blasfemia, la incitación al odio o los contenidos sexualmente ofensivos tienen un mismo origen: la intolerancia respecto a la libertad de expresión de otros puntos de vista u otras formas de pensamiento.

Yo defiendo que cualquier persona es libre de pensar y expresarse como quiera. El único límite que establezco en esta afirmación está precisamente fuera del concepto de expresión: nadie tiene derecho a agredir a otra persona por cuestiones ideológicas o religiosas. Estoy contra de cualquier imposición estética, ética, ideológica o mística sobre cualquier otra persona. Yo sé que la mayoría de los humanos piensan de forma distinta a mi, incluso muchos de forma opuesta. Lo acepto. Asumo que muchos odiarán mi modo de vida, de expresión, incluso mi existencia. No me importa. Jamás negaría a nadie poder expresar su amor o su odio a través de un libro. Insisto: a nadie. 

Desde el momento en el que nacemos nos están educando en un marco ético-cultural concreto. A través de los libros de texto, de la publicidad, de las leyes y de los medios de difusión y comunicación la sociedad y el estado tratan de imponernos una forma de ser, de ver las cosas, de pensar. Es así y siempre ha sido así: todos los sistemas lo hacen y lo han hecho, desde el comunismo a los fascismos pasando por las democracias occidentales. Aborrezco la figura del educador, del tutor, en cualquier ámbito de mi vida. Del mismo modo que no permito que nadie me diga como tengo que pensar, sobre lo que puedo o no hablar, jamás le diré a otra persona cómo debe pensar o qué debe leer y qué no, mucho menos a una persona adulta. Por eso jamás participaré en una campaña como la de Actuable.es contra el libro homófobo de Richard Cohen, que se vende en El Corte Inglés, en la Casa del Libro y en Amazon.com. Defiendo que cualquier persona tiene el derecho a defender cualquier idea sobre el papel, por mucho que yo personalmente la aborrezca. De hecho me repugna ese libro y eso que no lo he leído -ni falta que me hace.

Me da igual si es un libro homófobo, de la ideología Juche, "Mi lucha" de Hitler, "El fin de la historia" de Fukuyama o una revista pornográfica. Los lectores pueden elegir si comprarlo o no, y los que se enfrenten a cualquiera de esas ideas o argumentos tienen el arma más legítima para refutarlas: sus propias letras. Ese es el único campo de batalla que debería existir entre los libros: los argumentos. Censurar a través de la ilegalización de un libro o realizando un boicot para que se retire de las librerías es una actitud cobarde y estúpida. Cobarde porque todo pensamiento puede ser enfrentado y desarmado a través de la propia palabra. Estúpido porque lo que realmente se consigue con este tipo de boicots es dar publicidad y notoriedad a la obra que se pretende silenciar.

Como regalo a la paciencia y comprensión de los que me leen, aquí el pdf. de "Un Rey golpe a golpe", de Patricia Sverlo.

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